Estado de malestar

María Ruido

Vídeo HD, super 8mm, 16 mm
63 min.
2019


“La privatización del estrés es un sistema de captura perfecto, elegante en la brutalidad de su eficacia. El capital enferma al trabajador, y luego las compañías farmacéuticas internacionales le venden drogas para que se sienta mejor. Las causas sociales y políticas del estrés quedan de lado mientras que, inversamente, el descontento se individualiza y se interioriza”.

Mark Fisher, Realismo capitalista

En los años 60, un grupo de artistas encabezados por G. Richter y S. Polke acuñaron el término realismo capitalista como contraposición al denominado realismo socialista, y es este mismo término el que retoma el escritor y crítico cultural británico, Mark Fisher, para articular una de las más certeras y dolorosas crónicas de nuestro sistema de vida y trabajo y sus consecuencias.

Partiendo del libro de Fisher, Realismo capitalista (2016) y de su análisis de la presión y burocratización del semiocapitalismo digital, de ese espejo crítico que pone frente al “No hay alternativa” que pronosticó la recién llegada Margaret Thatcher en 1979, este proyecto propone un análisis del malestar y las enfermedades propias del capitalismo informacional, de esta tristeza general privatizada y desarticulada, paliada con el consumismo (ya lo advertía Pier Paolo Pasolini…) y la farmacología, y confrontada con el “voluntarismo mágico”, epítome de la falsa autonomía liberal del “si quieres, puedes”.

Frente a la fábrica y sus instituciones paralelas de disciplinamiento y concentración, las sociedades digitales -con formas de producción y sujeción dispersas y deslocalizadas- ya no tienen un afuera del trabajo. En el mundo actual, el capitalismo neoliberal se impone sin prácticamente ningún lugar que escape a su sombra. Si en el 2011 salimos a las plazas para compartir nuestro malestar, en los últimos años las condiciones del trabajo han empeorado, y nuestras vidas parecen haber retomado el rumbo del hogar, convirtiendo la precariedad no en un hecho económico si no en una condición vital: una vida donde es imposible planificar ni hacer planes a medio plazo, una vida donde estamos obligados a convivir con lo imprevisto, y donde las nuevas políticas de clase y de relación no parecen acabar de nacer frente que las viejas estructuras están ya muertas hace tiempo.

Si en el capitalismo fordista, como nos recordaban Gilles Deluze y Felix Guattari, la enfermedad social era la esquizofrenia, en el post-capitalismo robotizado e hiper-burocratizado (donde el horizonte que se vislumbra es el del post-empleo) la competividad constante y la vigilancia sin fin nos convierten en depresivos, en anoréxicas, e bulímicos. Como explica Franco Berardi “Bifo” en un texto del 2006 sintomáticamente titulado La epidemia depresiva, frente a las enfermedades confrontativas como las neurosis o las psicosis, las enfermedades de nuestro tiempo son enfermedad de la “acomodación”, de la sobre respuesta, de la disponibilidad absoluta: la anoréxica o la bulímica temen no responder al cuerpo que se demanda de ellas, el vigoréxico nunca es suficientemente musculoso y fuerte, y el depresivo o la depresiva ha descubierto sus flaquezas, no se siente a la altura de lo que esperan de él/ella.


Nuestros cuerpos anómalos han experimentado el horror del sistema, su violencia estructural – pura necropolítica- , sus trampas implacables, y responden con la fatiga, la inmovilidad, la enfermedad, el dolor crónico, los síndromes de sensibilización central. Responden con lo que son los síntomas de un malestar que va mucho más allá de los biológico, que apunta al hueso de lo social, de lo colectivo.

El realismo fue, ya desde sus diferentes etapas, una forma de codificar la realidad, una forma de hegemonizar lo que se entendía por “real”. El realismo burgués del XIX construyó un imaginario a la medida de esa clase social y del primer capitalismo, y las vanguardias respondieron con nuevas formas y encuadres que evidenciaban el marco político en el que se escondía el realismo burgués.

Parece más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, pero ¿lo es?                                            El realismo capitalista lo absorbe todo, incluso nuestra capacidad para imaginarnos fuera de él, lo capitaliza todo y convierte este sistema en el único posible. No hay alternativa. No hay salida. Las cosas son como son… sustrayéndonos a algo que no deberíamos olvidar nunca: la realismo es un estilo, la realidad no “es”, la realidad “se construye”.

Todo sistema ha tenido un principio y un fin, pero este parece eterno y nos esta venciendo por la tristeza, el consumismo y la desarticulación, y cuanto más deprimidas, más endeudadas y más solas estamos, más frágiles somos. Más enfermas. Parece la tormenta perfecta, ante la que, si queremos sobrevivir, debemos encontrar nuestras formas de engranaje político, una nueva crítica al realismo capitalista, una nueva hegemonía radical, que nos haga tomar conciencia que  si es posible una afuera, de que sí hay alternativa. Tiene que haberla, porque este sistema es una máquina de guerra, de enfermedad y muerte.

De esta forma, a partir de algunos textos de Mark Fisher, Franco Berardi “Bifo” y Santiago López Petit,    así como de algunas conversaciones con filósofxs, psiquiatras, enfermerxs, sociólogxs… y sobre todo, con amigxs y personas afectadas y usuarixs del sistema de salud mental y sus aledaños -especialmente con el colectivo de activistas InsPiradas de Madrid- , Estado de Malestar se propone como un ensayo visual sobre la sintomatología social y el sufrimiento psíquico en tiempos del realismo capitalista, sobre el dolor que nos provoca el sistema de vida en el que estamos inmersos, y sobre qué lugares y acciones de resistencia y/o cambio podemos construir para combatirlo.

María Ruido